26 may 2011

¿Quieres Tu Bailar?


La conocí en la secundaria. El primer día entré tarde al salón, como estaba acostumbrado a hacer. Detesto esa sensación que produce el llegar temprano a cualquier lugar, la espera, las ansias.
Me senté a dos bancos de ella. La profesora ya hablaba de las cosas típicas que se hablan los primeros días de clase, mientras yo no podía dejar de prestar atención a ese banco, a esa luz que entraba desde la pequeña ventana y apuntaba a ella como queriéndome decir algo, como queriéndome mostrar algo que estaba escondido. La luminosidad aumentaba mi atención al observarla reflejada en su remera blanca pero principalmente en su rostro, ese mismo destello que se reflejó en mi hoja de ensueño con cada trazo con el que la retrataba, esa luz...
A la hora del recreo, sentado en uno de los bancos de madera del patio me detuve a observarla: su físico, cada rincón de su cuerpo, sus movimientos, su actitud frenética y desinteresada de todo y de todos; sola en su mundo únicamente atravesado por esa bendita luz solar que no paraba de iluminarla, acompañando su ser sin abandonarla siquiera por un segundo como si la estuviera protegiendo de alguna oscuridad que andaría rondando por el aire. Era ese mismo aire que al respirarlo cortajeaba todo mi interior acortando mi respiración.
Cuando decidí despertar ya era momento de irme a casa.

Continué varios meses en la misma situación sin poder acercarme, esa luz me intimidaba tanto que si me acercaba me daba la impresión de incinerarme por completo. Porque, claro, esa luz fue aumentando con el correr de los meses como así también corría mi intriga al mismo tiempo que aumentaban los reflejos de ensueño.
Un día, cuando la vi sentada en el mismo banco de madera, me acerqué y a partir de ese momento comprendí lo que los miedos provocan en el pensamiento: cómo intervienen y modifican las sensaciones, las actitudes y hasta el cuerpo de uno mismo alterando toda concepción de la realidad.
Nayla. Ese era su nombre. Hablar con ella me hizo sentir tan vivo que parecía estar protegido por esa misma claridad que había observado tanto tiempo.
Después de varias charlas místicas, fluidas, amenas Nayla me propone escapar del colegio y yo, cegado por esa bendita luz acepté sin preguntar siquiera el destino.
Cuando logramos nuestro cometido, sin demasiadas complicaciones, con la respiración agitada y el cuerpo dolorido de tanto correr entre risas decidimos parar en la plaza. Allí donde el sol nos cobijaba e invitaba a reponer todas las energías perdidas. Nos recostamos en el pasto...
Desde ese momento perdí toda noción del tiempo, situación que sufría cada vez que estaba junto a ella. Cerré los ojos para sentir a pleno aquel momento y me dejé llevar: cuando desperté ella ya no estaba... ¿Dónde había ido?
Totalmente desconcertado volví a casa, me bañé y decidí salir a buscarla. Pensé que quizá la encontraría en el camino. Después de caminar varias cuadras, sintiendo que mi rumbo era totalmente en vano, decidí entrar en un bar. Allí me encontré con dos compañeros que me aseguraron no haberla visto y al ver mi estado de desesperación e incomprensión insistieron en llevarme a una fiesta. Dudoso de la decisión que debía tomar terminé aceptando la propuesta de mis compañeros quienes me aseguraron que allí iba a estar más tranquilo en tanto yo pensaba que quizá ahí podía encontrarla.
Aquel lugar no era más que una casa antigua del barrio donde siempre se organizaban fiestas. Cuando entré estaba lleno de rostros amigables y conocidos, impulsados, desgarbados, frenéticos, extasiados y liberados... Liberados en cuerpo y alma, ayudados por esa sensación de libertad que corrías por sus venas latinoamericanas. La música acompañaba a la situación, creaba un ambiente perfecto... perfecto para que esa luz perdida se vuelva a cruzar en mi camino.
Y así fue, luego de varias horas y varios litros de sangre liberada, la vi. Noté que era ella por su luminosidad, por ese eterno destello que no podía olvidar y que por momentos me cegaba. Librado a lo que podía pasar, me acerqué, la saludé y hablamos. Hablamos fluidamente donde el único momento de silencio era interrumpido por el ruido de botellas y vasos...

Les soy totalmente sincero, si hubiese sido por mí, hubiese rogado que ese momento dure una eternidad, sentía mi vuelo como hacía tiempo no lo sentía. Esto lo sostengo en el tiempo, hoy mismo después de tantos años y a pesar de que mi vida cambió, volvería a ese momento a cambio de cualquier otra cosa.

En cierto momento de la noche encantado por mi suerte y sin poder contener tanta liberación, me acerqué al baño. Mientras esperaba intentaba calmarme suplicándome que debía volver a la realidad o mi corazón iba a terminar estallando. Intentando con todas mis fuerzas lograr mi cometido se vio todo interrumpido por los ruidos que venían de afuera: música, gritos extasiados, desesperados, liberados... Riéndome frente al espejo, intentando comprender todo lo que había ocurrido en el día llegó mi turno.
Al salir a carcajadas, verdaderamente tentado, me encuentro a mi amiga Zoila totalmente liberada en el piso, sucia y llorando: ¿Qué mierda haces acá tirada en el piso? ¿Qué está pasando?, le pregunté a los gritos, sacudiéndola para ambos lados. Juro que lo intenté pero la oscuridad en su ser no la dejó responder.
Desorientado por completo salgo en busca de ayuda...

Ustedes se preguntarán qué pasó con Zoila y qué pasó después, cuando salí del baño. Y como les fui sincero antes también lo soy ahora: a partir de ese momento no recuerdo demasiado, sólo pequeñas peliculas cortas de menos de cinco minutos muy similares entre sí.
Destellos de recuerdos: Luz. Más luz. Calor. Fuego. Ruidos. Gritos. Corridas. Saltos. Vasos. Botellas.
Sin embargo hay algo que nunca voy a olvidar: Nayla sonriendo a plena luz, bailando Do You Wanna Dance con su claridad, su rostro, su desinterés y un otro, otra luz, otro destello...
Esa maldita canción aún resuena en mi cabeza.
Incluso hoy desde donde les hablo, encerrado entre cuatro paredes...

No hay comentarios:

Publicar un comentario